ENTREVISTA: DESAYUNO CON… SEBASTIÃO SALGADO
ÓSCAR GUTIÉRREZ 08/10/2010
Hablamos de fotografía. No de lentes, diafragmas o iluminación. Conversamos de lo que se mueve alrededor del encuadre y hacia la imaginación. El fotógrafo brasileño Sebastião Salgado (Aimorés, 1944) elige para el primer café del día una mesa junto al ventanal del literario Café Gijón. Lleva la vista a través del cristal mientras habla de ideología, fotografía y vida. Tres en una. Y regresa al café, a la tierra, cuando ve sobre la mesa lo que cariacontecido describe con un largo «fabuloso»: un pan con aceite, tomate y ajo. «Adoraba el ajo, pero por una infección en África que me modificó el metabolismo no puedo probarlo». Será un cruasán.
Lo manosea y desmenuza hasta que se confiesa desganado y resfriado por quedarse dormido en una sesión de acupuntura en Papúa Nueva Guinea. Ahí queríamos llegar. Es su nuevo proyecto: Génesis. «La idea», dice dibujando en el aire como si rellenase un pentagrama, «es demostrar que una mitad del planeta está como en el día del génesis y que tenemos que intentar preservarlo para vivir tranquilos».
Cercano e ilusionado, Salgado, premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1998 y de paso por Madrid para recoger el galardón que le concede Save the Children, ha dado un giro más de tuerca a su carrera.
El fotógrafo brasileño comenzó hace cinco años a retratar a los «otros animales». «Hasta ahora», reconoce con un gesto cómplice, «solo había trabajado con uno, el hombre». Su nuevo trabajo ha situado la cámara frente a esa parte del planeta, un 46% según sus cifras, que se muestra como en el origen y que esconde «las cosas más puras». Algunas de esas cosas, las que no se tocan -«la idea de comunidad, solidaridad y compasión»- están allí y aquí, en la vida de los pingüinos, que «viven como nosotros», pero también en la huelga del 29-S. «Los españoles sois solidarios», reflexiona Salgado pellizcando migas de pan, «porque hay una amenaza de clase. Y si empeora, la idea de supervivencia empieza a existir realmente».
Con el rastro que dejan sus palabras, no es difícil imaginar el comienzo. Empezó a tirar fotos muy tarde. Era militante de izquierdas ya en la época universitaria y «sentía que tenía algo que enseñar». Su actual esposa, Lélia, necesitaba una cámara para cursar Arquitectura en París y la compró. «Era una Pentax. Fue tan bueno mirar a través de esa lente y verlo todo», exclama Salgado agarrando la cámara con el recuerdo. «La pobre Lélia nunca la tuvo». Corría el año 1973 y el hasta entonces economista había elegido nuevo trabajo: fotoperiodismo social.
Tres décadas después, Salgado vive otra transición. «Alguien me dijo que lo intentara y me pasé al digital en julio de 2008». A su manera. Sigue necesitando una plancha grande de contacto que analiza con su lupa porque el ordenador no es lo suyo. «He empezado de nuevo. Necesitaba un negativo más grande [para el proyecto Génesis]. El aprendizaje es fabuloso. Te crea una dinámica de vida que no te da tiempo a pensar que estás viejo».
¿El secreto de una foto? Duda. «Ah, sí, hay uno: la dedicación. Yo le digo a un joven que si crees en lo que haces, y dedicas todo tu tiempo, tu vida, tendrás una oportunidad más grande».